Por Jon Arraibi, director de Café con Patas:
Tengo dos criterios muy claros para decidir si mis perros van sueltos o atados, para valorar qué grado de autonomía les ofrezco. El primero es que no supongan molestia o peligro para otros perros, animales o personas. El segundo, que su libertad no suponga un peligro para sí mismo.
Me ha pasado una y mil veces ir por un pueblo, ciudad o camino, ver a lo lejos que alguien con otro perro se acerca. En esta situación lo primero que hago es llamar a mi perro, si está suelto, atarlo y seguir caminando juntos. Algunas personas con las que me cruzo hacen lo mismo. Nos saludamos y seguimos nuestro camino, pero otras muchas se comportan como si lo que hace su perro no fuera con ellos. Y cuando el animal viene ladrando y directo hacia nosotros, lo máximo que alcanzan a hacer es gritar "tranquilo, que no hace nada".
Dices que tu perro "no hace nada", pero ya lo está haciendo. Quien de verdad no hace nada no es el perro, "eres tú" (el dueño). Al no responsabilizarte, molestas a otros y también pones en peligro a tu perro, ya que no se puede asegurar que el perro de la otra persona "también es de los que no hacen nada" si se siente intimidado, invadido o arrollado por otro perro.
Este comportamiento irresponsable va mucho más allá de las molestias o peligros concretos del momento. Esta actitud carga de argumentos a quienes no les gustan los perros, quienes están en su derecho. Por culpa de los irresponsables, se fortalece la idea de que los perros molestan o asustan.
Si alguien desea que un perro forme parte de su vida, debe asumir la responsabilidad de enseñarle, de educarle, de entrenarle para comportarse y adaptarse a un mundo en el que no está solo. También forma parte de ese compromiso dedicar tiempo, buscar lugares y momentos adecuados para que el perro se expanda, corra y disfrute en libertad.
Esto se debe hacer recordando una regla esencial: tu libertad termina donde comprometes la de los demás.