Vida y estilo

Locos por el True Crime: por qué nos encantan las series, libros y documentales sobre asesinatos

Nos gusta el crimen como materia de ficción, pero ahora parece existir un pico de interés sobre el asesinato. ¿Qué dice eso de nosotros?

Es una auténtica pasión. A la gente le encanta lo que hoy llamamos true crime, y que las abuelas en España llamaban «el Caso». La crónica negra hecha arte y ocio. Es algo global, o al menos bien asentado en esa amalgama enorme y difusa que llamamos «Occidente». En Estados Unidos, la pasión por el podcast de asesinatos ha cruzado la línea de la metaficción para crear ese maravilloso disparate que es Only murders in the building. En España, ha llevado al periodista catalán Carles Porta a llevarse los premios más prestigiosos del audiovisual con su serie documental Crims, y el seguimiento de un caso particular catalán en Tor.

Esta pasión tiene un reverso tenebroso, como casi todo. La pasión por el true crime ha llevado a miles de personas a disfrazarse de asesino en serio vivo, como Dahmer. Incluso ha llevado a editoriales del prestigio de Anagrama a meterse en crisis reputacionales extraordinarias, por la poca vista de lanzarse a publicar a un escritor petulante que, en su ciego deseo de sentirse Truman Capote, intentó publicar un libro-testimonio de un asesino. Que no es que por sí mismo fuera reprochable, de no ser por tratarse de un padre que asesinó recientemente a sus propios hijos para hacer daño a una madre, viva y sintiente, a quien jamás le preguntaron su opinión sobre el libro.

La pasión por el true crime es tanta que a veces los creativos son como los ingenieros de dinosaurios de Jurassic Park: están tan preocupados por encontrar la manera de poder cruzar la línea, que ni siquiera se plantean si deberían cruzarla. Pero, ¿por qué hay tanto público? ¿Qué significa esta pasión?

Mujeres, curiosidad, control e incertidumbre 

Había diversos estudios que así lo indicaban, y un nuevo estudio de la Universidad de Graz vuelve a incidir en ello: el true crime es un fenómeno esencialmente femenino. Por cada cuatro horas de true crime consumido por los hombres del estudio, las mujeres consumían siete. Pero el estudio iba más allá del sexo de las/os participantes. Al preguntarles los motivos de su interés, el 75% de ellos dijo que querían comprender la psicología detrás de aquellos actos tan terribles. Un 30% dijeron que era la curiosidad general lo que les llevó a ese interés, y un poco menos, el 28%, dijo estar interesado en el funcionamiento policial y judicial.

La directora del proyecto, Corinna Perchtold-Stefan, explicó que «El consumo de true crime se relaciona con la necesidad de resolver la incertidumbre. Investigar el crimen, intentar comprenderlo, hace el peligro más tangible y, por tanto, más soportable. Te da la sensación de conocer la amenaza y, por tanto, de estar más preparada para la vida diaria».

El estudio incluía el escáner cerebral de 130 fans del true crime y descubrieron un número particularmente elevado de conexiones en las regiones del cerebro asociadas con la necesidad de experimentar, aprender y comprender las novedades, así como las asociadas a las consideraciones morales y de justicia, la empatía y la creatividad. «Los fans del true crime mostraron una mayor habilidad para lidiar con la ansiedad y el estrés en sus vidas diarias. Esto podría sugerir un mecanismo de entrenamiento mediante un acercamiento lúdico al crímen», explicaba Perchtold-Stefan, si bien esto solo es una hipótesis que requeriría muchos más estudios.

Los ya existentes, sin embargo, parecen bastante consistentes en la coherencia de este interés desde la perspectiva de la psicología evolutiva. Nuestro cerebro está diseñado para detectar amenazas reales, entre ellas las sociales: homicidos, violaciones, robos, todo ello son estímulos que activan una alerta adaptativa sobre peligros potenciales. Desde esta perspectiva, parece coherente que el true crime se convierta en una especie de simulador, un entrenamiento simbólico de autodefensa emocional: ya que estas cosas pueden ocurrir, mejor mirar a la cara a ese miedo y saber cómo podría ocurrir, por si hubiera forma de prevenirlo.

Sin embargo, hay otros factores que se pueden esconder tras el interés por el true crime.

Activismo y justicia social 

El true crime puede ayudar a resolver casos que quedaron abiertos, o a reabrir los que se cerraron en falso. Hicieron falta dos docudramas y una serie, pero finalmente, en base a ellos, el fiscal del distrito de Los Angeles recomendó revisar la sentencia del caso de los hermanos Lyle y Erik Menéndez, cuya primera sentencia prescindió de las pruebas de abuso sexual contra ellos, y no estaba abierta a la libertad condicional, cosa que ahora sí tienen.

En España ha habido situaciones equivalentes. El programa Crims de Carles Porta contribuyó a que se reabriera el caso de la joven mataronina Helena Jubany. Un ejemplo anterior lo tenemos en un programa que no era true crime sino puro periodismo de investigación: el Salvados de Jordi Évole con el episodio sobre el accidente del metro de Valencia, tras el cual cayeron abajo los muros de silencio y desinformación que rodeaban el caso.

Estos ejemplos son claros y positivos incluso si el resultado final no es el que desearíamos o sentimos como más justo. Y este deseo de justicia social es otro motor de atracción para el público hacia el true crime. Sin embargo, esta atracción, sea bienintencionada o alimentada por el puro morbo, tiene también sus efectos negativos.

Volvamos al ejemplo de Lyle y Erik Menendez. Ambos son asesinos probados y confesos. No hay duda al respecto. La cuestión central era que, según ellos, no mataron a sus padres por desprecio irracional, ni por deseo de heredar su inmensa fortuna, sino como respuesta por años de abuso emocional, físico y sexual de su padre sobre ellos durante toda su infancia.

Fue el producto comercial el que puso este factor sobre la mesa con una prominencia que no se logró cuando el primer juicio, porque estamos en la época de los antihéroes. Desde el Joker hasta Mr Glass, los supervillanos son villanos porque el mundo los hizo así. Empatizamos con los sociópatas si creemos que tienen motivos para sentirse así de mal. Quizá porque dentro de muchos de nosotros hay una persona harta de todo que solo querría ver el mundo arder, y a la gente sufrir tanto como sufren ellos.

Esto conlleva un peligro cuando se pone en comunión con podcasts o series que mueven mucho al público, sobre casos aún en marcha: la de que miles de aficionados sin formación ni conocimiento real de psique, casos o procedimientos criminalísticos, se dedique a lanzar hipótesis y a señalar a potenciales sospechosos sin base alguna. Esto puede arruinar vidas, y es algo que suele afectar mucho a familiares de las víctimas, señalados por investigadores amateur que creen que es divertido, estimulante y justo dedicarse a eso.

El placer intelectual de resolver un puzle

Para otras personas no hay excusas morales detrás de su interés en el true crime. Es puro placer intelectual, casi como el de Sherlock Holmes. Es lo que explica el investigador Dean Fido, de la universidad de Derby: «El true crime es muy diferentes a los shows habituales que dejamos de fondo. Son un tipo de historias para las que necesitas dejar el teléfono a un lado y prestar atención de verdad. Es un gran puzle y no queremos perdernos ninguna pieza vital de información por haber estado tonteando con las redes sociales». Este profesor de psicología explica que los humanos siempre buscamos la novedad y, tanto si es buena o mala, necesitamos un elemento de excitación. «Cuando mezclamos este deseo con la atención de resolver un puzle, conseguimos un chute corto, rápido y fuerte de adrenalina, en un entorno relativamente seguro». ¡A ver quién se resiste a algo así!

La excitación es un motor para muchas cosas: es lo que nos inclina hacia las pelis de terror y de misterio, hacia el sexo, hacia los vibrantes partido de tu deporte favorito, hacia el jackpot en las tragaperras del casino de tu ciudad o un gran premio en la Live Ruleta de UZU, hacia los videos y programas de misterio sobrenatural y OVNIS, y sí, claro, el true crime encaja en esta psicología maravillosamente bien.

Luego está lo de creérselo.

Sesgos cognitivos, percepciones distorsionadas y riesgo emocional 

La exposición continuada a determinado estímulos nos condiciona hacia esos estímulos, de diferentes maneras. Con el true crime nos ocurren sobre todo dos cosas.

La primera es el llamado mean world syndrome, que podríamos llamar «síndrome de Qué Asco de Mundo». Nos exponemos tanto a la violencia (en medios, en series, las noticias, las películas) que percibimos un mundo mucho más peligroso, violento y sanguinario de lo que es en realidad, o al menos en nuestro entorno inmediato (la gente que vive de verdad en entornos violentos seguramente no disfruta demasiado la violencia como forma de ocio audiovisual). Es un caso clásico de esos en los que dato-no-mata-relato, porque por ejemplo las estadísticas indican que España es uno de los países más seguros del mundo, y sin embargo vivimos con una importante paranoia de violencia y robo.

El segundo resultado de la sobreexposición al true crime y a las series, documentales, libros y contenido en general sobre asesinatos, es el llamado «efecto CSI», en el que los espectadores se flipan un poco de más y, o bien tienen expectativas irreales sobre las pruebas forenses o los procedimientos judiciales, o creen que «estos no se enteran» y ellos podrían hacerlo mejor. Esta forma de sentir afecta a la percepción del funcionamiento real de la justicia, y lo vemos en otros campos: es el espectador de fútbol que entrenaría a su equipo mejor que el actual entrenador, es el espectador de documental sobre romanos que se atreve a discutir a cualquier historiador, y es el hombre iluso que cree que podría manejarse delante de un oso en el bosque, o que podría aterrizar un avión sin problemas.

Al final, como en todo, la sobreexposición tiene consecuencias. A menudo son irrelevantes: que alguien se flipe creyendo ser el investigador que no es, o que alguien vuelva a casa a paso ligerísimo por miedo a que le asalten unos ladrones no es malo de por sí y en el segundo caso es incluso recomendable como precaución básica. Pero otras veces puede complicarse la cosa.

No hace falta llegar a extremos como la hibristofilia, que es esa atracción irracional hacia criminales notorios, idealizándolos, alterando su historia, o incluso manteniendo una relación epistolar. El problema llega más bien por el trauma constante: lo que preocupa a los psicólogos es que un consumo excesivo de True Crime puede derivar en hipervigilancia, ansiedad o reexperimentación traumática, sobre todo si el contenido del programa que se ve conecta con traumas vividos por esa persona. 

Estos problemas psicológicos no tienen por qué llegar a ser patológicos, pero pueden serlo, y por tanto no debemos desdeñar la búsqueda de cierto equilibrio en el consumo… y en la propia producción. Que, a menudo, ni siquiera tiene en cuenta la sensibilidad de víctimas, supervivientes, familiares y seres queridos implicados en casos que se convierten en mainstream, y pueden llevar incluso a la aparición masiva y festiva de disfraces del asesino de la persona que más te importaba.

El true crime, pues, parece algo que debe consumirse como las demás cosas que nos atraen y nos excitan pero se nos pueden descontrolar muy rápido. Como el alcohol, el sexo, el juego: úsese con moderación, de forma responsable, y bajo su propio riesgo.

24/11/2025