Esta semana hemos tenido el privilegio de contar en Café con Patas con Juan Luis Arsuaga, paleontólogo y director del Museo de la Evolución Humana.

Desde su extensa experiencia, Arsuaga nos ha llevado a explorar un capítulo fascinante de nuestra historia compartida con los perros. Una historia que, contra todo pronóstico evolutivo, nace de una alianza entre dos grandes depredadores: el ser humano y el lobo.

Juan Luis Arsuaga, invitado de Café con Patas

Un pacto ancestral entre cazadores

Según nos ha ocntado Arsuaga, el perro fue el primer animal domesticado por el ser humano. Y lo curioso es que esto no ocurrió cuando ya éramos agricultores, sino mucho antes, en la época en la que aún vivíamos como cazadores y recolectores. Fue el primer compañero de nuestra especie, anterior incluso a las ovejas, las vacas o los caballos.

Gracias a los avances en genética, hoy se sabe que todos los perros descienden del lobo, y solo del lobo. Este hallazgo ha cerrado el debate sobre si otras especies como el chacal o el coyote también formaron parte del origen del perro doméstico. La domesticación se produjo durante una era de intenso frío, en plena glaciación, y no en un único lugar, sino posiblemente en varios puntos de Eurasia y América.

Por qué el lobo sí pudo domesticarse

Una de las claves de esta historia es la naturaleza social del lobo. A diferencia de otros animales más solitarios, como los felinos, los lobos viven en grupo y responden a una figura de liderazgo. Este rasgo facilitó su acercamiento a los humanos. 

Pero para hablar de domesticación real, hay que ir un paso más allá: el momento en que los humanos comenzaron a controlar la reproducción de estos animales. Al elegir quién se reproduce, se fueron seleccionando características concretas, tanto físicas como de comportamiento. En el caso del perro, se premiaron la docilidad, la capacidad de colaboración y el apego al humano. Los más rebeldes quedaban fuera del proceso.

Perros que nunca dejan de ser cachorros

Este proceso dio lugar a un fenómeno curioso: los perros domésticos mantienen rasgos infantiles durante toda su vida. A diferencia del lobo adulto, que cuestiona la autoridad, el perro sigue siendo emocionalmente parecido a un cachorro en su relación con las personas. Arsuaga lo define como una "infantilización" que ha modelado tanto su carácter como su aspecto.

Sobre su evolución, se dan echos únicos como la expresión que llamamos "cara de pena", por ejemplo, que es exclusiva de los perros. No la usan con otros perros, sino con nosotros. También el ladrido -a diferencia del aullido o gruñido del lobo- parece haberse desarrollado como una forma de comunicarse con los humanos. Incluso tienen la capacidad de señalarnos cosas, como pedir que se abra una puerta. Algo que, sorprendentemente, no hacen ni siquiera los chimpancés.

El perro urbano: una novedad reciente

Desde su experiencia personal, Arsuaga recuerda que en su infancia, en ciudades como Tolosa o Bilbao, era muy raro ver perros en casa. La mayoría eran perros del campo, atados en los caseríos o trabajando con los pastores. En aquellos tiempos, las familias tenían¡muchos hijos, pero casi nunca perros como animales de compañia. La figura del perro urbano, como parte del hogar, es un fenómeno reciente en nuestra sociedad.

El único animal que se pregunta por qué

Para la charla, le preguntamos a Arsuaga que diferencia al ser humano de otras especies animales y compartió una reflexión más amplia. Lo que nos hace únicos, según remarca, es la capacidad de hacernos preguntas. Preguntas sobre quiénes somos, de dónde venimos o por qué estamos aquí. En su caso, las preguntas sobre el origen del ser humano nacieron desde pequeño, recogiendo fósiles y soñando con entender los orígenes de nuestra especie.