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Café con Patas

Con Jon Arraibi
  • Sábados de 12:00 a 13:00
  • Miércoles de 22:00 a 23:00
  • Domingos de 06:00 a 07:00

El espacio semanal de los animales de la mano de Jon Arraibi

Redescubre a tu Perro

Furia digital o justicia real: un dilema en la lucha contra el maltrato animal

Cuando se conoce un caso de maltrato animal el impulso que muchos tenemos es arremeter digitalmente contra el agresor, pero ¿es la forma más eficaz de luchar contra esta lacra? ¿sirve la violencia para combatir la violencia?
Furia digital o justicia real: un dilema en la lucha contra el maltrato animal
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05:45

Por Jon Arraibi, director de Café con Patas:

Un video grabado por un vecino. Vemos un hogar que debería ser un refugio. Calma, paz, confianza, amor. Y en cambio es el escenario de unos golpes secos con el puño cerrado. Es el cotidiano infierno de un perro fuerte, pero que se muestra indefenso, paralizado frente al maltrato infame y miserable de quien debería cuidarle.

Apenas unas horas después, en la misma Comunidad Autónoma, conocemos otro caso: esta vez un cachorro de pastor alemán lanzado desde una azotea al vacío. Unos 5 metros de caída. Fractura de cadera, de pata, pulmones encharcados. El pequeño cachorro, atendido en la acera, sangrando, inmóvil, con heridas en cuerpo y alma.

Dos animales maltratados. Dos malnacidos al cargo de estos perros. Y también dos incendios digitales.

Los vídeos que se han publicado, las historias de estos perros nos golpean por su crudeza, nos generan incomprensión, rabia, mucha rabia… Y de ese golpe nacen varias realidades paralelas.

La primera, al menos, con un poco de luz: los perros han sido rescatados de su infierno gracias a la denuncia, a la movilización ciudadana y a la labor de protectoras . Y además, las autoridades ya están actuando contra estos canallas.

Pero surgen también otros matices, para mi, sombríos: sobre los agresores está cayendo una tormenta de cientos de amenazas de muerte, sus datos personales circulan sin control, y el tribunal público en el que se han convertido las redes sociales amenaza con aplicar por su cuenta condena. Y yo me pregunto… para defender a un perro vulnerable, vapuleado y maltratado, ¿debemos desatar nuestra propia barbarie?

La rabia inicial es inevitable. Y además de inevitable, creo que necesaria. Nos hierve, nos quema el corazón, porque vemos una traición absoluta a la confianza que un animal deposita en su cuidador, en quien es su familia.

Porque no podemos entender que pasa por la cabeza de semejantes sujetos para maltratar con saña a un animal. En una sociedad que avanza en su conciencia sobre el bienestar animal, afortunadamente, el maltrato ya no es un asunto privado, sino una agresión a toda la comunidad, a cada uno de nosotros. Y esa furia colectiva es, en parte, un síntoma de salud social: los animales nos importan, y mucho.

Pero es precisamente aquí, al calor de la indignación y la rabia, donde creo que hay algunas líneas complicadas. Una cosa es la denuncia, el compartir una prueba para alertar a las autoridades y asegurar la protección del animal. Y otra, muy distinta, es comportarse como juez, jurado y … verdugo. La publicación de datos personales, las amenazas directas de violencia … aunque nazcan de una causa noble, acaban utilizando las mismas herramientas de la intimidación y el miedo que pretende condenar. Queremos, deseamos, con todas nuestras fuerzas que el maltratador sufra, como mínimo, lo que ha hecho sufrir a ese perro.

Seguramente, esta sed de justicia inmediata surge de una profunda desconfianza en las instituciones. Se forja en la sensación de que la justicia es lenta, burocrática e incapaz de aplicar un castigo acorde a los delitos de maltrato animal. Es una frustración comprensible, pero no siento que sea el camino correcto.

¿En qué nos convertimos cuando, para condenar la violencia, la utilizamos como arma? ¿Cuando dedicamos toda nuestra energía en expresar nuestros deseos de que al maltratador le partan mil rayos? La espiral de odio digital anula nuestra empatía y, además, puede llegar a ser contraproducente. No nos deja pensar. Nos impide preguntarnos porqué estos casos siguen produciéndose, porque las leyes no castigan con mayor contundencia, porque alguien que objetivamente es un malnacido o un enfermo puede tener bajo su responsabilidad la vida de un animal …

El impulso ha sido el correcto, el que cabría esperar de una sociedad sana y empática con los animales. La energía de miles de personas indignadas es un recurso increíblemente poderoso si se canaliza correctamente. Exijamos a nuestros políticos un endurecimiento real y efectivo de las leyes de protección animal. Apoyemos económicamente a las protectoras que ahora cuidan de esos dos perros. Fomentemos una convivencia respetuosa y empática con los perros. Y, sobre todo, actuemos y denunciemos donde corresponde si somos testigos de maltrato.

No siento victoria alguna al saber que hoy los culpables están atemorizados o escondidos tras recibir la furia de las redes sociales. Tal vez, sólo tal vez, encontraría algo de paz si de las terribles historias de estos perros hemos podido canalizar parte de nuestra indignación y rabia hacia acciones, protestas o medidas concretas que construyan una sociedad más serena, justa y firme en la defensa de los animales.

18/06/2025
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