Por Jon Arraibi (Director de Café con Patas):
¿Alguna vez te has preguntado por qué tu perro hace lo que hace? Es común escuchar que todo se reduce a los premios: comida, juguetes, caricias… Y sí, funcionan. Pero hay algo más profundo, algo que mueve su mente, su emoción, su motivación.
Durante años, los científicos creyeron que los animales solo actuaban por dos razones: Por pura necesidad de sobrevivir -como el hambre o la sed- o por obtener una recompensa o evitar un castigo.
Hasta que un psicólogo llamado Harlow descubrió algo que cambió la historia del estudio de los animales. Era 1949. Harlow colocó unos rompecabezas dentro del recinto de unos monos rhesus. Al contrario de lo habitual en los laboratorios de la época, no había comida, ni premios, ni castigos.
Y, para su sorpresa, los animales empezaron a resolver los juegos solo por el placer de hacerlo. Pasaban horas concentrados, parecían disfrutar del desafío. Harlow llamó a esta manera de actuar, motivación intrínseca: el impulso de actuar porque la actividad en sí misma es gratificante.
Y aquí viene lo interesante: nuestros perros también tienen esa capacidad. Sabemos que los perros disfrutan corriendo tras un juguete o rastreando un olor interesante. Por supuesto, si intentamos enseñarles un comportamiento, como sentarse o caminar junto a nosotros, parecen encantados cuando les ofrecemos un premio. Lo que quizás no utilizamos en toda su grandeza, es la capacidad que tienen para disfrutar de los retos.
Si solo enseñamos con premios, el aprendizaje será frágil: el día que no haya comida, el perro se desmotivará. Por no hablar de que la atención del perro, contrariamente a lo que pueda parecer, no estará en nosotros, sino en nuestra mano con la comida.
Pero si convertimos el entrenamiento en un juego, en un reto divertido, lograremos algo mucho más poderoso: un perro que aprende porque le gusta hacerlo, porque se siente capaz, conectado y feliz contigo. En ese momento, enseñar deja de ser una rutina y se convierte en una aventura compartida.
En cada cosa que enseño a mis perros -incluso las que podrían parecer aburridas, como quedarse sentados o tumbados esperando-, busco la forma de que lo vivan como un juego. Algo divertido, nuevo, con el punto justo de dificultad. Si es demasiado fácil, se aburren. Si es demasiado difícil, se frustran. Cuando el reto está en ese punto intermedio, cuando tienen que pensar, anticiparse y resolver con sus propias herramientas y recursos… Justo ahí, ocurre algo mágico: ya no importa el premio, solo importa el simple hecho de aprender y mejorar.